En la vida de
toda persona se van presentando diversas emociones. Muchas de ellas
llegan a producir profundas crisis que podrían llevar a la desesperación si es
que no aprendemos a manejarlas. En mi experiencia del día a día he tenido que
lidiar y aún estoy lidiando con muchas de ellas, las mismas que tienen su
origen en heridas que se produjeron en mi infancia, niñez y adolescencia y que
crearon un "programa de felicidad" que hoy día contamina mi vida de
adulto. En los momentos de desesperación que he estado experimentando y
que han afectado mis relaciones con personas entrañables he buscado ayuda en
todo lugar. He acudido a Dios que es la fuerza que me sostiene, y él me
llevó a encontrarme con personas que me han sabido escuchar y animar con mucha
compasión. Además me ha permitido encontrar también libros maravillosos que me
han dado luces para alcanzar la conciencia de lo que me pasa y dar paso a una
posible sanación que dependerá de mi voluntad y la ayuda de profesionales.
En esto voy caminando.
A continuación
quiero compartirles lo que en estos tiempos difíciles me ha estado ayudando.
Dios me ha hablado a través de Thich Nhat Hanh y por ello le estoy
muy agradecido.
EL RÍO DE LAS
EMOCIONES
Thich Nhat Hanh
Todos nuestros
pensamientos y nuestros actos están influenciados por las emociones. En cada uno de nosotros hay un río de
emociones; cada gota de agua es otra emoción y cada emoción depende de las
demás para seguir existiendo. Para
observarlas, basta sentarnos en la orilla del río e irlas reconociendo a medida
que aparecen, pasan y desaparecen.
Hay tres tipos de
emociones: agradables, desagradables y neutras.
Cuando la emoción es desagradable, lo más probables es que queramos
eliminarla, pero es mucho mejor reconectarse con la respiración consciente y
simplemente observarla, reconociéndola en silencio: “AL INHALAR, SÉ QUE ALGO ME
DESAGRADA. AL EXHALAR, SÉ QUE ALGO ME DESAGRADA”. El definir una emoción como “rabia”, “pena”,
“alegría” o “felicidad” nos ayuda a identificarla y reconocerla claramente.
La respiración puede ayudar a conectarnos con
nuestras emociones y a aceptarlas. Si
respiramos lentamente y tranquilos, lo que es una consecuencia natural del respirar
conscientemente, la mente y el cuerpo empiezan poco a poco a perder peso, a
calmarse y despejarse, lo mismo pasa con las emociones. La observación con atención al momento se
basa en el principio de la “no dualidad”.
Según este principio, la emoción y yo somos una sola cosa; la emoción no
es algo que proviene de afuera. SOMOS la
emoción y en cada instante SOMOS lo que
sentimos. No nos dejamos llevar por la
emoción y la emoción no nos aterroriza, pero tampoco la rechazamos. El no aferrarse a la emoción ni rechazarla
nos lleva a soltar, y el soltar es un elemento muy importante de la práctica
meditativa.
Si nos enfrentamos a las emociones desagradables con
cariño, con afecto, sin violencia, podemos transformarlas en una energía sana
que nos alimente. La observación con
atención al momento ilumina de tal manera las emociones desagradables que nos
permite comprendernos y comprender a los demás.
CURACIÓN SIN
CIRUGÍA
La medicina
occidental le da demasiada importancia a la cirugía. Lo que les interesa a los médicos es extirpar
lo que aparentemente sobra. Cuando algo
no está funcionando bien, lo primero que hacen es aconsejarnos que nos
operemos. Al parecer, con la psicoterapia
pasa lo mismo. Lo que quieren los
terapeutas es ayudar a deshacernos de lo que rechazamos, para quedarnos
solamente con lo que nos gusta. Pero
entonces puede que nos quedemos con muy poco.
Si empezamos a deshacernos de lo que nos molesta, podemos llegar a
deshacernos de gran parte de nosotros.
En vez de actuar como si pudiéramos deshacernos de
partes de nosotros, deberíamos cultivar el arte de la transformación. La rabia, por ejemplo, se puede transformar
en algo más sano, como la comprensión.
No hay necesidad de recurrir a una operación para deshacernos de la
rabia. Si la rabia nos da mucha rabia,
terminaremos con una rabia doble. Pero
basta con observarla con cariño, atentamente.
Cuando actuamos de esa manera, sin tratar de escapar de la rabia,
espontáneamente se transforma. Esto se
llama hacer las paces. Si tenemos la paz
interior, podemos hacer las paces con la rabia.
Y lo mismo podemos hacer con la depresión, la ansiedad, el miedo y
cualquier otra emoción desagradable.
TRANSFORMANDO LAS
EMOCIONES
Lo PRIMERO
que se puede hacer con las emociones es ir reconociéndolas una a una a medida
que aparezcan. Para hacerlo hay que
estar en el momento presente. Si tienes
miedo, por ejemplo, lo que haces es observarlo con plena atención, y mirar tu
temor y reconocerlo como temor. Ya sabes
que el miedo surge de ti y lo mismo pasa con la conciencia del momento
presente. El miedo y la atención al
momento coexisten en ti, si oponerse, apoyándose mutuamente.
El SEGUNDO
paso es identificarse con la emoción. En
lugar de decirle al miedo “ojalá desaparecieras, temor. No me gustas.
No eres algo mío”, es mucho mejor decirle “hola temor, ¿cómo
estás?”. Luego puedes invitar a esos dos
aspectos de tu ser –la atención al momento y el temor- a manifestarse, a darse
la mano y a transformarse en una sola cosa.
Tal vez hacer esto te asuste, pero como sabes que eres más que el miedo,
no tienes por qué asustarte. La plena
conciencia del momento presente puede acompañar al miedo. Esta práctica consiste en cultivar la
presencia en el momento actual por medio de la respiración consciente para que
subsista y se siga manifestando con fuerza.
Aunque la presencia en el momento puede ser débil al comienzo, cuando
uno la alimenta se fortalece. Basta con
estar presentes en el momento actual para que el miedo no nos ahogue. De hecho, lo empiezas a transformar apenas
comienzas a prestar atención a la conciencia que está en ti mismo.
El TERCER
paso consiste en calmar la emoción. Con
la ayuda de la atención al momento actual, empezaremos a serenarnos. “AL INHALAR, SERENO EL CUERPO Y LA
MENTE”. Basta con estar atento para que
la emoción se aplaque, como si una madre acunara con ternura a su hijo cuando
se echa a llorar. Al sentir la ternura
de la madre, el niño se calma y deja de llorar.
La madre es la plena presencia, que viene del fondo de tu conciencia y
calma el dolor. El niño y la madre que
lo acuna son un solo ser. Si la madre
está distraída pensando en otras cosas, el niño va a seguir llorando Por eso, la madre tiene que olvidarse de todo
y acunarlo, nada más. No niegues la
emoción. No le digas “no eres
importante, no eres más que una emoción”.
Identifícate con ella. Si
quieres, puedes decir “AL EXHALAR, APLACO EL MIEDO”.
El CUARTO
paso consiste en dejar de aferrarse a la emoción, en soltarla. Estar tranquilo te hace sentir cómodo, aunque
tengas miedo, y sabes que el miedo no va a convertirse en un monstruo capaz de
aplastarte. Cuando te das cuenta de que
eres capaz de manejarlo, el miedo se reduce hasta casi desaparecer y se va atenuando cada vez más, haciéndose
cada vez menos desagradable. Ya puedes
sonreír y soltarlo, pero por favor no te quedes en eso. El calmarse y soltar no son más que remedios
que alivian los síntomas. Ahora tienes
la oportunidad de adentrarte más a fondo en lo que te pasa y de transformar la
fuente misma de tu temor.
El QUINTO
paso consiste en observar atentamente lo que pasa. Miras profundamente al interior del niño –la
sensación de temor- para descubrir qué le pasa, aunque ya haya dejado de llorar,
aunque ya no sientas miedo. No puedes
pasarte todo el tiempo acunándolo, por eso, tienes que averiguar qué le
pasa. Al observar, descubrirás lo que te
puede ayudar a transformar la emoción.
Por ejemplo, puedes darte cuenta de que su molestia tiene muchas causas,
tanto dentro como fuera de su cuerpo. Si
lo que le molesta es una situación externa, basta con que cambies esa situación
demostrándole ternura para que se sienta mejor.
Con solo mirar profundamente al niño, sabes por qué está llorando y una
vez que descubres la causa del llanto también descubres qué puedes hacer para
cambiar la situación y trasformar la emoción.
Con la psicoterapia pasa algo muy parecido. Junto con el paciente, el terapeuta se
adentra en la causa del dolor. En muchos
casos, descubre que la causa está en las percepciones del paciente, en las
creencias sobre sí mismo, su cultura y el mundo. El terapeuta analiza esos conceptos y esas
ideas con el paciente, y juntos lo liberan de esa especie de prisión en la que
está encerrado. Pero el esfuerzo del
paciente es fundamental. Así como el
profesor tiene que despertar al maestro que hay dentro del alumno, el terapeuta
tiene que despertar al terapeuta que hay dentro del paciente. Cunado consigue hacerlo, el “terapeuta interno”
del paciente empieza a trabajar con gran habilidad día y noche.
El terapeuta no se limita a ofrecerle al paciente
otro conjunto de creencias, sino que le ayuda a descubrir las ideas y las
creencias que lo hacen sufrir. Muchos
pacientes quieren deshacerse de todo lo que les provoca dolor, pero no están
dispuestos a dejar de lado las creencias y las percepciones que son la raíz de
sus emociones. Por eso, el terapeuta y
el paciente tienen que trabajar juntos para ayudarle al paciente a ver las cosas
tal cual son. Lo mismo pasa cuando
recurrimos a la atención al momento para transformar nuestras emociones.
Después de Reconocer una emoción, de Identificarnos
con ella, de Calmarla y soltarla, podemos echar una mirada profunda a sus
causas, que por lo general se basan en percepciones erróneas. Basta con comprender la causa y la naturaleza
de las emociones, para que empiecen a transformarse.