miércoles, 9 de octubre de 2013

MANEJO DE EMOCIONES


En la vida de toda persona se van presentando diversas emociones.  Muchas de ellas llegan a producir profundas crisis que podrían llevar a la desesperación si es que no aprendemos a manejarlas. En mi experiencia del día a día he tenido que lidiar y aún estoy lidiando con muchas de ellas, las mismas que tienen su origen en heridas que se produjeron en mi infancia, niñez y adolescencia y que crearon un "programa de felicidad" que hoy día contamina mi vida de adulto.  En los momentos de desesperación que he estado experimentando y que han afectado mis relaciones con personas entrañables he buscado ayuda en todo lugar.  He acudido a Dios que es la fuerza que me sostiene, y él me llevó a encontrarme con personas que me han sabido escuchar y animar con mucha compasión. Además me ha permitido encontrar también libros maravillosos que me han dado luces para alcanzar la conciencia de lo que me pasa y dar paso a una posible sanación que dependerá de mi voluntad y la ayuda de profesionales.  En esto voy caminando.


A continuación quiero compartirles lo que en estos tiempos difíciles me ha estado ayudando.  Dios me ha hablado a través de Thich Nhat Hanh y por ello le estoy muy agradecido.


EL RÍO DE LAS EMOCIONES
Thich Nhat Hanh

        Todos nuestros pensamientos y nuestros actos están influenciados por las emociones.  En cada uno de nosotros hay un río de emociones; cada gota de agua es otra emoción y cada emoción depende de las demás para seguir existiendo.  Para observarlas, basta sentarnos en la orilla del río e irlas reconociendo a medida que aparecen, pasan y desaparecen.
            Hay tres tipos de emociones: agradables, desagradables y neutras.  Cuando la emoción es desagradable, lo más probables es que queramos eliminarla, pero es mucho mejor reconectarse con la respiración consciente y simplemente observarla, reconociéndola en silencio: “AL INHALAR, SÉ QUE ALGO ME DESAGRADA.  AL EXHALAR, SÉ QUE ALGO ME DESAGRADA”.  El definir una emoción como “rabia”, “pena”, “alegría” o “felicidad” nos ayuda a identificarla y reconocerla claramente.
La respiración puede ayudar a conectarnos con nuestras emociones y a aceptarlas.  Si respiramos lentamente y tranquilos, lo que es una consecuencia natural del respirar conscientemente, la mente y el cuerpo empiezan poco a poco a perder peso, a calmarse y despejarse, lo mismo pasa con las emociones.  La observación con atención al momento se basa en el principio de la “no dualidad”.  Según este principio, la emoción y yo somos una sola cosa; la emoción no es algo que proviene de afuera.  SOMOS la emoción y en cada instante SOMOS  lo que sentimos.  No nos dejamos llevar por la emoción y la emoción no nos aterroriza, pero tampoco la rechazamos.  El no aferrarse a la emoción ni rechazarla nos lleva a soltar, y el soltar es un elemento muy importante de la práctica meditativa.
Si nos enfrentamos a las emociones desagradables con cariño, con afecto, sin violencia, podemos transformarlas en una energía sana que nos alimente.  La observación con atención al momento ilumina de tal manera las emociones desagradables que nos permite comprendernos y comprender a los demás.


CURACIÓN SIN CIRUGÍA

            La medicina occidental le da demasiada importancia a la cirugía.  Lo que les interesa a los médicos es extirpar lo que aparentemente sobra.  Cuando algo no está funcionando bien, lo primero que hacen es aconsejarnos que nos operemos.  Al parecer, con la psicoterapia pasa lo mismo.  Lo que quieren los terapeutas es ayudar a deshacernos de lo que rechazamos, para quedarnos solamente con lo que nos gusta.  Pero entonces puede que nos quedemos con muy poco.  Si empezamos a deshacernos de lo que nos molesta, podemos llegar a deshacernos de gran parte de nosotros.
En vez de actuar como si pudiéramos deshacernos de partes de nosotros, deberíamos cultivar el arte de la transformación.  La rabia, por ejemplo, se puede transformar en algo más sano, como la comprensión.  No hay necesidad de recurrir a una operación para deshacernos de la rabia.  Si la rabia nos da mucha rabia, terminaremos con una rabia doble.  Pero basta con observarla con cariño, atentamente.  Cuando actuamos de esa manera, sin tratar de escapar de la rabia, espontáneamente se transforma.  Esto se llama hacer las paces.  Si tenemos la paz interior, podemos hacer las paces con la rabia.  Y lo mismo podemos hacer con la depresión, la ansiedad, el miedo y cualquier otra emoción desagradable.


TRANSFORMANDO LAS EMOCIONES

Lo PRIMERO que se puede hacer con las emociones es ir reconociéndolas una a una a medida que aparezcan.  Para hacerlo hay que estar en el momento presente.  Si tienes miedo, por ejemplo, lo que haces es observarlo con plena atención, y mirar tu temor y reconocerlo como temor.  Ya sabes que el miedo surge de ti y lo mismo pasa con la conciencia del momento presente.  El miedo y la atención al momento coexisten en ti, si oponerse, apoyándose mutuamente.

El SEGUNDO paso es identificarse con la emoción.  En lugar de decirle al miedo “ojalá desaparecieras, temor.  No me gustas.  No eres algo mío”, es mucho mejor decirle “hola temor, ¿cómo estás?”.  Luego puedes invitar a esos dos aspectos de tu ser –la atención al momento y el temor- a manifestarse, a darse la mano y a transformarse en una sola cosa.  Tal vez hacer esto te asuste, pero como sabes que eres más que el miedo, no tienes por qué asustarte.  La plena conciencia del momento presente puede acompañar al miedo.  Esta práctica consiste en cultivar la presencia en el momento actual por medio de la respiración consciente para que subsista y se siga manifestando con fuerza.  Aunque la presencia en el momento puede ser débil al comienzo, cuando uno la alimenta se fortalece.  Basta con estar presentes en el momento actual para que el miedo no nos ahogue.  De hecho, lo empiezas a transformar apenas comienzas a prestar atención a la conciencia que está en ti mismo.

El TERCER paso consiste en calmar la emoción.  Con la ayuda de la atención al momento actual, empezaremos a serenarnos.  “AL INHALAR, SERENO EL CUERPO Y LA MENTE”.  Basta con estar atento para que la emoción se aplaque, como si una madre acunara con ternura a su hijo cuando se echa a llorar.  Al sentir la ternura de la madre, el niño se calma y deja de llorar.  La madre es la plena presencia, que viene del fondo de tu conciencia y calma el dolor.  El niño y la madre que lo acuna son un solo ser.  Si la madre está distraída pensando en otras cosas, el niño va a seguir llorando  Por eso, la madre tiene que olvidarse de todo y acunarlo, nada más.  No niegues la emoción.  No le digas “no eres importante, no eres más que una emoción”.  Identifícate con ella.  Si quieres, puedes decir “AL EXHALAR, APLACO EL MIEDO”.

El CUARTO paso consiste en dejar de aferrarse a la emoción, en soltarla.  Estar tranquilo te hace sentir cómodo, aunque tengas miedo, y sabes que el miedo no va a convertirse en un monstruo capaz de aplastarte.  Cuando te das cuenta de que eres capaz de manejarlo, el miedo se reduce hasta casi desaparecer  y se va atenuando cada vez más, haciéndose cada vez menos desagradable.  Ya puedes sonreír y soltarlo, pero por favor no te quedes en eso.  El calmarse y soltar no son más que remedios que alivian los síntomas.  Ahora tienes la oportunidad de adentrarte más a fondo en lo que te pasa y de transformar la fuente misma de tu temor.

El QUINTO paso consiste en observar atentamente lo que pasa.  Miras profundamente al interior del niño –la sensación de temor- para descubrir qué le pasa, aunque ya haya dejado de llorar, aunque ya no sientas miedo.  No puedes pasarte todo el tiempo acunándolo, por eso, tienes que averiguar qué le pasa.  Al observar, descubrirás lo que te puede ayudar a transformar la emoción.  Por ejemplo, puedes darte cuenta de que su molestia tiene muchas causas, tanto dentro como fuera de su cuerpo.  Si lo que le molesta es una situación externa, basta con que cambies esa situación demostrándole ternura para que se sienta mejor.  Con solo mirar profundamente al niño, sabes por qué está llorando y una vez que descubres la causa del llanto también descubres qué puedes hacer para cambiar la situación y trasformar la emoción.

Con la psicoterapia pasa algo muy parecido.  Junto con el paciente, el terapeuta se adentra en la causa del dolor.  En muchos casos, descubre que la causa está en las percepciones del paciente, en las creencias sobre sí mismo, su cultura y el mundo.  El terapeuta analiza esos conceptos y esas ideas con el paciente, y juntos lo liberan de esa especie de prisión en la que está encerrado.  Pero el esfuerzo del paciente es fundamental.  Así como el profesor tiene que despertar al maestro que hay dentro del alumno, el terapeuta tiene que despertar al terapeuta que hay dentro del paciente.  Cunado consigue hacerlo, el “terapeuta interno” del paciente empieza a trabajar con gran habilidad día y noche.
El terapeuta no se limita a ofrecerle al paciente otro conjunto de creencias, sino que le ayuda a descubrir las ideas y las creencias que lo hacen sufrir.  Muchos pacientes quieren deshacerse de todo lo que les provoca dolor, pero no están dispuestos a dejar de lado las creencias y las percepciones que son la raíz de sus emociones.  Por eso, el terapeuta y el paciente tienen que trabajar juntos para ayudarle al paciente a ver las cosas tal cual son.  Lo mismo pasa cuando recurrimos a la atención al momento para transformar nuestras emociones.
Después de Reconocer una emoción, de Identificarnos con ella, de Calmarla y soltarla, podemos echar una mirada profunda a sus causas, que por lo general se basan en percepciones erróneas.  Basta con comprender la causa y la naturaleza de las emociones, para que empiecen a transformarse.



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